A 160 años del Manifiesto Comunista

Un estado democrático comunista, en la actualidad, ha de reflejar y se ha de realizar tanto a partir de las bases existentes como de las nuevas posibilidades y modelos de desafío, usando todos los medios, especialmente los que facilita la propia estructura capitalista.

Conscientes de que los medios de comunicación e información privados son todos, sin excepción pues ningún empresario edita contra sí mismo, siervos de la plutocracia, la actitud frente a ellos ha de ser de simple boicot o, cuando sea posible online, manifestando la discrepancia y argumentándola, mostrando su manipulación. Se ha de intercomunicar la información y vehicularla en foros abiertos, accesibles aún por internet, o como el clásico tú a tú, panfleto en mano, que ya se supo actualizar en movimientos ciudadanos de protesta a través de móviles y emails.
Escuchar emisoras fascistas no sirve para informarnos de lo que el fascismo sigue siendo, sino que las mantiene con anunciantes y excusas de audiencia. Como comprar su prensa o ver su televisión. Saber lo que Washington dicta cada día, el nuevo nombre que le da a su sistema de expolio universal, o la vida y milagros de su último publicista-panegirista, es sólo una perdida de tiempo, para quienes ya han aprendido de sobra las reglas sucias de su juego.
Respetar, tras treinta años de burla, constituciones y regímenes políticos basados en el fraude electoral, en el fomento de la aristocracia y la desprotección de los asalariados, cuyo único capital sigue siendo su fuerza de trabajo aunque no se hayan dado cuenta, y jugar aceptando por legales normas que privilegian lo inmoral y corrupto sólo puede llevar al descrédito de quienes, participando, lo legitiman.
Por ello el comunismo y el comunista, como la mujer del César, no sólo ha de mantener exclusivamente posiciones favorables a la mayoría de las clases trabajadoras, sino que ha de mantenerse lejos de todo pacto que no esté estrictamente basado en un programa claramente comprometido y factible. Sin transigencias de ningún tipo.
No es rentable a corto, medio o largo plazo, para la clase trabajadora, el mantenimiento y la exageración de las diferencias a cambio de las migajas que sobran en una política que sólo gestiona a quien regala los privilegios, mientras el capital –blanco y negro junto- se mueve impune hundiendo economías y aterrorizando con el hambre y la miseria a naciones, estados y continentes, sea con la guerra, con los fármacos y las drogas, o con el expolio de alimentos, materias primas y fuerza de trabajo esclava.
El propio Gorbachov reconoció haber sido engañado ya. Carrillo, ahumado por Peter Stuyvesant, aún no. La autodisolución del PCUS y la apertura de un sistema pretendidamente democrático halló como contrapartida la inyección de un inmenso capital invasor que convirtió las elecciones rusas en una simple campaña publicitaria, donde unos, como en todo occidente, tienen los medios de comunicación y los demás sólo la voz del grito.
Y, cuando no funcionó, el mafioso corrupto Yeltsin se subió a los tanques y bombardeó la Duma. Y, al día siguiente de su firma, el Reino Unido, Israel y EE.UU. incumplieron el tratado de no proliferación y el proyecto de desarme firmado por la URSS, iniciando una nueva guerra global que creían fácil y definitivamente victoriosa. Una vez más se equivocaron.
Mientras, los socialistas españoles al servicio de la monarquía que les financió, Kohl el ladrón maestro de Merkel alemán y el genocida jefe de pederastas Karol, organizaban una guerra civil en Yugoslavia armando a los fascistas croatas y originando la matanza de bosnios y serbios que, a su vez como era de prever, defendieron su integridad como pudieron hasta la actual situación: una espada de Damocles sobre la cabeza de todos los europeos.
Y el objetivo, como ya intentó el rey Leka de Albania con un ejército mercenario que fue derrotado y como sigue intentando Simeón de Bulgaria, Constantino de Grecia, el rey de Georgia, el de Hungría o el de Rumanía, todos domiciliados en Madrid, es restaurar el statu quo anterior a Yalta y Postdam, con los monarcas en sus tronos y el capital en sus manos y en las de quienes les financian.
Para Alemania el pago era una salida al mar que había costado ya tres guerras, a través de Eslovaquia, Eslovenia, Bosnia y Croacia, y la unificación que ha llevado a la miseria y a la precariedad a los dos lados, ahora que el estado de bienestar no es necesario para contentar las masas de obreros y precaverles del comunismo. Mientras, los beneficios, como los españoles, se esconden en las diversas cuevas de ladrones llamadas paraísos fiscales, desde Austria, cuna y patria del fascismo, a las inglesas islas Caimán que blanquean y reinvierten la fortuna de sus monarcas o una Luxemburgo premiada como capital del consejo de ladrones de Europa y una población de funcionarios con sueldos diamantinos.

Europa y el mundo: colonialismo, imperialismo y nazismo

Los consecutivos conflictos nacionales europeos, a lo largo de la Edad Media y el Antiguo Régimen, obligaron a los pueblos a unificarse en naciones y estados más allá de su propia voluntad, obligados a alianzas indeseadas o a la adopción forzosa de monarquías absolutistas capaces de unificar haciendas y dotar ejércitos en permanente estado de guerra.
Un claro ejemplo sería el imperio austro-húngaro, enfrentado en el dominio de Europa permanentemente con el bloque franco-italiano, y con la alianza anglo-española entre y contra ambos.
Más al este y norte, los grandes imperios sueco-daneses contra lituanos-polacos y con la Rusia zarista, desde Iván el Terrible, alargando sus brazos hacia el Báltico desesperadamente con los piés bien asentados en Crimea, el Cáucaso y el Caspio contra cualquier forma de independencia y autonomía.
Para cualquier pueblo o nación sometidos al arbitrio de los intereses de las metrópolis –ajenas en su lujo a los problemas cotidianos de una población olvidada- la sola idea de independencia era a lo más motivo de cantos fúnebres y de tiempos ya legendarios: “Va pensiero sull alli dorati...”
Un curioso documento de 1612 ilustra la situación: Militares españoles informan al emperador de que “no es recomendable intentar una invasión armada de Japón”. ¡Menos mal!
Para entonces los españoles, holandeses, ingleses y alemanes ya se están repartiendo el mundo a sablazos, después que el intercambio de baratijas por oro y perlas o gemas dejara de embaucar a los pueblos indígenas. Venezuela, en sólo dos años de gobierno de Pedrarias Dávila “el resucitado”, perdió más de dos millones de indígenas, naciones enteras asesinadas. El tráfico de esclavos –evidentemente “sin papeles” pero completamente legal y aceptado por Roma, que de ello también se nutría- enriqueció miserables por doquier, como aquel Güell que financió a Gaudí –para ganarse el cielo- los termiteros de la Sagrada Familia de Barcelona.
Mirando una evolución de conflictos y fronteras, especialmente durante los siglos XVIII al XX, vemos como los resultados de los conflictos son precisamente los que fijarán las fronteras posteriores. Así, las fronteras actuales y los estados son fruto, no del acuerdo y la voluntad libre y democrática de los pueblos, sino de la imposición y la violencia terrorista bélica y económica de los imperios.
Sólo así se comprenden un Afganistán y Paquistán, Cachemira, Punjab, India, Bangla Desh y demás estados formados por las metrópolis coloniales a golpe de raya en un mapa, separando por el medio naciones, culturas, étnias, familias y pueblos, ignorando las fronteras naturales que habitualmente ya determinaban la posición y territorialidad desde tiempos remotos.
El mismo modelo es aplicable en Europa, desde Alsacia y Lorena, mil veces alemanas y otras tantas francesas pero aún nunca Alsacia y Lorena libres, o a Córcega, Cerdeña, Bretaña, Euzkadi, francés y español, Catalunya, francesa y española, las repúblicas caucásicas, sea en Georgia –Abhasia, Akzaria, Ingusetia, Osetia- o el Kurdistán, troceado, Armenia, Daguestán, el Azerbadjan azerí, etc.
Por el contrario, jamás Kosovo, y las demás repúblicas yugoslavas durante un brevísimo espacio de tiempo con la excepción de una Serbia que supo –y sabe- resistir los genocidas embates del imperio alemán, conocieron independencia estatal alguna, si no es la que los intereses de la internacional fascista han decidido, violando todos los tratados y reglas internacionales y armando un ejército de terroristas mercenarios con quien ahora, que lo manda el boss Bush (“arbusto”), ya no es necesario negociar a escondidas, bajo la mata.
Ahora los mercenarios, bien pagados por la CIA, el Vaticano y los fondos de la OTAN que todos aportamos, son señores de traje con las manos limpiadas de la sangre, vertida en la cobardía de la noche en casas de civiles, y con los mass media “libres” mirando hacia sus bolsillos.
Igual sucede en la gasolinera de Oriente Medio, donde fanáticos ignorantes, que basan su vida en un libro copiado de otros hace 2.600 años, durante su exilio en Babilonia, debidamente manipulado para que sea fácil convertirles en paranoicos asesinos baratos, asesinan diariamente niños y adultos, someten a esclavitud y hambre a los dueños legítimos de su tierra, para proteger el petróleo robado, pero invocando que hace dos mil años pasaban por allí y, pese haber asesinado, ya entonces, a traición y de noche a sus pobladores, no supieron defenderse de ellos mismos, de sus divisiones entre propersas, proromanos, progriegos, proegipcios... y acabaron emigrando como ya tantos millones habían hecho, o sucumbieron ante el Mesias: Tito. (Flavio Josefo, samaritano y autor de las Guerras de los Judíos, todo lo que hay sobre el tema, proclamó que el Mesías esperado para liberar a los judíos era el propio emperador Tito).
Aunque aún hay muchos ciudadanos decentes que se niegan a cumplir ese servicio militar y desertan, a riesgo de sus vidas y futuro.
Las actuales fronteras, resultado de Postdam y un Yalta que no se llegó a cumplir por el lado occidental, nunca fueron aceptadas por quienes perdieron allí tronos y privilegios. Desde que Rudolf Hess aterrizó en Inglaterra y se entrevistó con Churchil, la guerra modificó sus frentes, dirigiéndose encarnizadamente contra el frente soviético –enviando oleadas forzadas de pueblos ocupados a primera línea, fueran húngaros, checos, rumanos, búlgaros, ucranianos o yugoslavos. El enemigo era el comunismo, no el fascismo. Lo habían dejado claro en los inicios del conflicto, en la primera comprobación de fuerzas, en España, donde, según los principales historiadores, se inicia la 2ª Guerra Mundial. Churchil prefería “antes una España fascista que comunista”.
Si Churchil, cumpliendo la palabra dada por el mariscal Montgomery a sus soldados republicanos españoles, hubiera echado a Franco del poder, España hubiera sido una frontera y no una base para las flotas alemanas, y el conflicto de África no habría precisado de la batalla del Alamein, la gran inversión inglesa en investigación militar, nuevos materiales y armas, y la pérdida de los yacimientos petroleros para las potencias europeas. Y no olvidemos la inmensa fortuna en oro requisada por los nazis, a bancos centrales y particulares, y enviada a Dakkar, y de la que la mayor parte se dice sigue desparecida. ¿Fue el pago de Rudolf Hess a su graciosa Majestad y aliados para aliarse al nazismo, defendiendo sus intereses de clase, para derrotar al comunismo? La respuesta, como diría Holmes, es obvia, elemental.
Como lo es que los principales científicos nazis fueran los que acabaron en los Álamos el proyecto de Hitler de una bomba atómica, o la televisión de Goering. Y los cientos de nazis inculpados de crímenes a la humanidad con nueva identidad establecidos en Uruguay, Paraguay, Chile o Brasil. Con papeles de la CIA y el Foreign Office... (Israel acaba de reconocer que el Moshad no detuvo a Mengele, el carnicero, pese a conocer su paradero).
Pero Stalin lo sabía (y Joan Pujol). Como sabía que Hitler pensaba invadir Rusia cuando firmaron el Tratado de no agresión y se repartieron Polonia y Prusia, lo que permitía a ambos enemigos abarcar los puertos del Báltico y reforzar sus marcas fronterizas. Una vez más, sirva de ejemplo, las naciones bálticas y sus pueblos al albur de los intereses de las élites gobernantes, más allá de la calidad de los objetivos, loables o punibles.
Por todo ello, y todo cuanto falta pero sigue en la historia vivo, el concepto de una Gran Europa, libre y democrática, sólo es entendible y aceptable cuando, de una vez, integre a sus comunidades culturales paralelamente a la desintegración de los estados heredados del Antiguo Régimen absolutista, en una nueva entidad de naciones y pueblos de Europa cuya corona soberana sea un auténtico Parlamento Europeo, proporcional, multicultural y, sobre todo, democrático e igualitario en su marco legal y económico para todos los miembros, sin las multiples excepciones y variantes que actualmente lo convierten en una banca que cualquier día podría acabar rota en las cabezas de sus miembros, los que hoy se la reparten.

Un estado productivo contra un estado pasivo

El control del estado, sea esa Gran Europa, Casa Común Europea, conjunto de naciones autónomas aliadas, o el actual y anacrónico modelo pancentralista, es la única arma para la defensa de los pueblos.
Y el control del estado es sólo aparente cuando está sujeto a los azares de la especulación financiera y no a la planificación estricta según las necesidades reales de la población, llevada a cabo con la garantía de un aparato de justicia adecuado para el control del desarrollo económico libre y democrático. Por ello la justicia es en nuestros sistemas nefasta e incompetente –de iure y de facto- según planificación muy meditada y precisa, y de pago. Y cinco mil policías, en vez de investigar a las mafias, las escoltan a costa del erario público.
Otro tanto pasa con el control que la Hacienda Pública puede ejercer de facto sobre una legislación que permite todo tipo de fraude a los poderosos, cuando su cuerpo funcionarial, por su cantidad y la calidad de sus salarios o cualificación, es incapaz de abarcar los largos tentáculos de las mafias financieras especulativas, dotadas de muchos y mejores medios. Ni aún a las locales con coto de tráfico de drogas y personas.
Es intolerable que el estado despilfarre sus presupuestos, permitiendo la adjudicación de obras y proyectos a empresas subcontratadoras que actúan como usureros y explotadoras de trabajadores a precario. El estado debe contar con un cuerpo de funcionarios especializados y bien pagados, en todos los niveles de cualificación, que permitan la elaboración de obras en su precio justo, obligando a una competencia salarial con la empresa privada que haga dignos los salarios de sus asalariados, y no fomentar los beneficios empresariales adjudicando obras por encima de su valor real.
La inflación no es consecuencia del consumo de productos básicos por la mayoría de la población, cuyos precios se mantienen y alzan artificialmente, reteniendo stocks y eliminando excedentes para no bajar los márgenes de beneficio, sino por el déficit de balanza causado por el consumo de lujo de importación. El precio del combustible no lo marca una u otra bolsa sino que es un contrato privado entre compañías que especulan sobre sí mismas concertando aumentos de precio que nadie frena ni controla, invocando la libertad sagrada de las leyes de mercado y olvidando palmariamente la libertad de los pueblos sometidos a la miseria y la ignorancia. Los estados, como el español, se nutren así de impuestos injustos porque gravan por igual al que vive y depende de su vehículo que al que sólo disfruta con él. Pero es una excusa asumida, como tantas otras mentiras.
Además, el aumento en dólares del petróleo es paralelo al descenso del dólar frente al euro, por lo que su aumento desproporcionado es más causa del expolio estatal, y de la especulación y acumulación de las compañías, que por un aumento real del producto en origen.
Tampoco es aceptable la existencia de sin papeles. Todo ser humano es legal. Sólo sus actos pueden ser ilegales y, el primero de ellos es la explotación misma, el sometimiento forzado a servidumbre y desamparo.
Todo salario insuficiente para la consecución y mantenimiento de una vida digna es un tan inmoral como debiera serlo ilegal bajo un gobierno democrático, y atenta contra la libertad económica de los empresarios y asalariados que actuan legalmente, además de defraudar al estado y su hacienda, es decir, a todos los contribuyentes. Por ello el estado debe garantizar salarios adecuados y un reparto de los beneficios, en tiempos de crecimiento, que permita capitalizar a la población, y no sólo a los capitalistas, con el monopolio incontrolado e ilimitado de sus beneficios.
La empresa, en una sociedad democrática, debe ser una estructura colegial, donde antes y durante las planificaciones, se establezcan mesas de acuerdo entre asalariados y gestores del capital, y donde todas las partes dispongan de cuanta información precisen para el correcto y progresivo aumento de su potencial social y económico. Así, el capital asalariado y el capital gestor serán corresponsables y cobeneficiarios del porvenir de la empresa.
El mercado natural, dentro de la legalidad, no da habitualmente márgenes de beneficio exagerados, superiores al 30%, dentro de la actual sociedad mercantilista. Los grandes beneficios sólo se pueden comprender dentro de un mercado de organización mafiosa, donde se pagan corrupciones con sobornos, como el gobierno británico a los saudíes, y donde el dinero en riesgo no es privado sino público.
El estado debe producir y garantizar una alimentación sana y controlada sanitariamente, vigilar su distribución y dejar sólo a la iniciativa privada y al albedrío especulativo del mercado lo superfluo. No puede ser que los alimentos habituales en cualquiera de nuestras sociedades, o que fármacos como antibióticos y analgésicos, se paguen a un precio de mercado especulativo, cuando su patente caducó hace décadas. Los genéricos han de ser producidos bajo total garantía en empresas estatales, para suministrar al ejército, la policía y los centros ambulatorios y hospitalarios.
El estado fomentará también la producción agrícola de cooperativas que produzcan alimentos con garantía de control ecológico, así como controlará estrictamente las condiciones sanitarias de la cabaña ganadera en todo el proceso, y los márgenes en su comercialización, prohibiendo el almacenamiento o destrucción especulativos y sometiendo a rígidos controles los cultivos transgénicos y experimentales, obligando a un etiquetado claro de todos los productos comercializados bajo tan peligrosa tecnología.

Una Hacienda democrática y comunista o plutocrática y fascista

Las causas reales de la ineficiencia social de todos los modelos capitalistas, incluidos los socialdemócratas, son coyunturales, inherentes a las bases del propio sistema.
En primer lugar, el capitalismo es un mismo modelo desde antes de que Roma lo patentara, aunque le cambien el nombre cada año, y los capitales hoy más poderosos no lo son desde hace un siglo ni dos, es decir, ya desde mucho antes que el modelo político parlamentario y de partidos, sino que en muchos casos tiene su enraizamiento en época medieval o anterior, como es el caso de los grandes banqueros judíos y las grandes familias terratenientes.
Los cambios de modelos políticos no afectaron igualmente a los propietarios de tierras (la reina de Inglaterra es la mayor fortuna de su estado y, además, hasta hace poco no pagaba la más mínima tasa, mientras que las que paga hoy son ridículas en relación a su capital acumulado a base de despotismo avaro), ni de capital. Al contrario, siendo fuente de financiación de uno y otro bando en conflicto, a la postre revertían en sus fortunas las de los vencidos, asesinados, desplazados, etc. Por ende, para reconstruir un país o rearmar un ejército los estados, como el de Carlos I, hipotecaban durante decenios los presupuestos nacionales con el pago de una deuda insoportable para el conjunto de una población de mendigos (el “Siglo de oro”, para muy pocos).
La única posibilidad de equilibrio en el mercado, y por tanto en las economías, estaba en la redistribución por el estado de los beneficios hacia el conjunto de la población desheredada por siglos de expolios y absolutismos despóticos, pero el estado seguía y sigue siendo en realidad sólo el protector y subvencionador a gran escala de los intereses del capital, del que sus altos funcionarios y políticos forman íntima parte.
Por consiguiente, la dinámica capitalista, en cualquiera de sus diversos escaparates, sólo tiene un desenlace posible en el tiempo y la historia: la acaparación de todo el capital, incluida la tierra, en las manos de una sola familia o sociedad, mientras que el resto del mundo no será más que un gran masa esclava a disposición del albedrío y placer de sus tiranos jerárquicos.
Un ejemplo de las falacias capitalistas, jaleadas con mucho ánimo por exsocialdemócratas como Joaquín Leguina y Joaquín Estefanía, ambos empleados del PSOE, es la de que las pensiones crecientes no podrán sostenerse en el futuro, y que, por tanto, ¡vivan los friednamitas fascistas!: que cada quien se apañe con lo que tiene: el rico al bollo y el pobre al hoyo.
El paso siguiente para fundamentar su “opinión” –totalmente absurda pues, como la meteorología, la demografía así planteada es puro vaticinio de brujas y una prueba es la propia China frente a India- es prohibir la disidencia, ilegalizar, silenciar y marginar a quien demuestra la incoherencia de todos los términos del planteamiento.
En primer lugar, en un modelo comunista democrático de la economía, la riqueza y el beneficio empresarial deberían repartirse, proporcionalmente a la cualificación profesional y su salario por convenio, entre todos los trabajadores y accionistas o capitalistas mediante aumento de salarios y reparto de acciones de la propia empresa. Es aumentando la capitalización del conjunto de la población como se aumenta realmente la riqueza del estado, que llena sus arcas de los correspondientes impuestos y cotizaciones.
Tolerar los beneficios abusivos, sin que reviertan siquiera en parte proporcional en los propios creadores de la riqueza, los trabajadores, cargando además el peso de los impuestos en las clases asalariadas y permitiendo libremente los movimientos de capital más allá de cualquier frontera o control, mientras se soporta, no ya el inmenso fraude fiscal, sino que se legisle permitiendo a las grandes fortunas pagar por debajo de sus beneficios, sólo lleva y puede llevar a la ruina de la sociedad entera en manos de usureros, avaros y criminales de la peor calaña. Al fin, el premio es para el que haya empleado esclavos más baratos, explotado más salvajemente pueblos y recursos, evadido y defraudado máas impuestos, e incluso eliminado a su competencia criminalmente: la mafia.
La maquinización y la revolución industrial, ya lo explicaron Marx y Lenin, llevaría a un descenso en el tiempo de trabajo, a una vida mejor para las clases trabajadoras y un aumento de su nivel de vida, en todos los aspectos: educación, sanidad, alimentación, ocio... Pero, claro está, eso sería así siempre que los beneficios multiplicados por la maquinización y el descenso de necesidad de mano de obra, y por tanto de costes productivos, fuera recuperado en impuestos por el estado que lo redistribuyera, desde las cada vez menos manos que lo mueven, al resto apartado, por herencia anacrónica, del capital real.
En el caso de un gobierno comunista, donde el beneficio revirtiera directamente de la empresa a los dos agentes -el factor o productor, los empleados de la empresa, y el estado como capitalista-, la recapitalización de la empresa y sus trabajadores supondría el seguro de la propia institución para el mantenimiento y progresión de su poder, así como la posibilidad conjunta de mantener capitales de reserva para la periódica e inevitable actualización de los medios de producción.
El modelo capitalista es claro: cada reindustrialización o actualización se financia con dinero público, jubilando anticipadamente a empleados en pleno período productivo, e incluso deslocalizando empresas que previamente han recibido ayudas públicas. Los beneficios acumulados privados son intocables.

El chantaje del capitalismo a la sociedad es pues tan insoportable como causa directa del fraude democrático en los sistemas políticos que en él se sustentan. La raiz del capitalismo es la corrupción, y sus ramas el crimen organizado. Todos los miembros de su jerarquía, en una u otra manera, son corresponsables, como el aleteo de la mariposa del cuento, de cuanta miseria, dolor y hambre generan en el resto del mundo, sin paliativos.

Otra paradoja absurda que pretenden imbuirnos es la de que el aumento de salarios genera inflación. Son los excesivos beneficios libres de impuestos, y aún más el dinero negro que se mueve líbremente por los mercados capitalistas, las causas especulativas de la inflación continua y desorbitada en todos los ámbitos del sistema. Pocas veces tiene relación el aumento de precios con lo recibido por el producto en origen. Son la acumulación especulativa y la concertación ilegal de precios entre los capitalistas las que marcan el precio de venta, y no el real, de las cosas.

Un aumento del poder adquisitivo de la mayoría, incluidos los pensionistas, revierte directamernte en la capacidad de consumo de una población dispersa por todo el territorio, por lo que paralelamente se desarrollan y capitalizan armoniosamente los flujos de capitales en todas las capas del sistema. En cambio, reduciendo como beneficiario de la productividad al capitalista, que reside mayoritariamente lejos de los mercados locales y cuyo consumo de lujo se paga en déficit exterior, los flujos de capitales son una sangría que jamás vuelve, ni siquiera en la misma o menor proporción, a la fuente que les originó: hasta que las comunidades descapitalizadas se agotan, dejando en el abandono pueblos, provincias y regiones.

El que Soria o Segovia se despoblen no es fruto del azar, sino de la explotación insostenible y miserable a que se han visto sometidos sus habitantes por los mismos depredadores que hoy poseen sus páramos y eriales, y a quienes el sistema electoral apoya y refrenda dándoles una representación superior “del territorio”. Apoyo que supone, en realidad, quitarle el voto al emigrado, robarle por segunda vez, y negarle la posibilidad de, pese a su esfuerzo (y “movilidad”), salir de la miseria.

Tampoco son aceptables diferentes marcos jurídicos y fiscales dentro de un mismo estado que se defina democrático. Una sola ley y una misma fiscalidad han de garantizar un reparto equitativo de la riqueza producida. Por ello los comunistas estamos en contra del mantenimiento de cualquier privilegio o fuero general que no pueda ser extendido al resto del estado y sus ciudadanos idénticamente. El que Euzkadi o Navarra no contribuyan en nada a España con sus impuestos demuestra la clase de unidad nacional que, hipócritamente, defiende la monarquía.

Tampoco es aceptable que el peso de los impuestos recaiga sobre los asalariados. El porcentaje de tasas ha de crecer sin barreras, proporcionalmente a los beneficios. No es justo cobrar un 40 % igualmente al empresario, cuyos beneficios son del 40, que al que gana 80. A la fuerza, tarde o temprano, el segundo acabará arruinando al primero por competencia desleal, pues puede ofrecer productos más baratos que su competidor, como conseguir préstamos más ventajosos.
Es una falacia y una burda hipocresía hablar de una Europa o de una España unidas y democráticas, cuando austríacos o navarros, entre otros, son superiores en derechos o subvenciones, y exentos de las obligaciones y limitaciones jurídicas de los demás ciudadanos de Europa.

Si desarmarse en guerra es un suicidio o una rendición, el desarme de la clase trabajadora está en su descapitalización. Hemos de aprender a consumir comunalmente. Un libro puede ser leído muchas veces, como escuchado un disco. Cocinar una vez para muchos es muchísimo más barato que para uno cada vez. Una playa limpia es mejor que una piscina privada. Un entorno natural y armónico para todos mejor que un campo de golf o un parque temático, para pocos. Parques públicos antes que jardines privados. Transporte público económico y suficiente antes que inversión o subvención pública para transporte elitista y minoritario. No sólo racional y prácticamente, centrando en lo fundamental el gasto, sino discriminando o favoreciendo según nuestros propios intereses. Compartir es consumir en compañía. Y la cooperativa la mayor empresa revolucionaria.

El estado debe velar porque, en las relaciones entre lo particular y lo general, primen las libertades e intereses de la mayoría sobre las de las minorías, aunque tolerando y aún fomentando el desarrollo de las iniciativas que fomenten la riqueza, el conflicto de ideas y las ideosincracias individuales, fuente y causa de la evolución colectiva de las comunidades. Al fin y al cabo, toda mayoría es una suma de minorías unidas por un objetivo común. Una vez alcanzado, nace una nueva mayoría con un nuevo objetivo a alcanzar, de manera natural y espontánea. Es sólo el freno de la evolución el que genera y obliga a la revolución.

LA BURBUJA INMOBILIARIA: UN SISTEMA CORRUPTO

La actual fase de crisis española se gestó, como en el resto de la Europa “libre y democrática”, con el previsto cambio de moneda al euro, en el año 2000. Ya en 1999 los precios de la vivienda en España empezaron a incrementarse exponencialmente, no por el auge de la demanda –incapaz de asumir ni los precios ni los tipos de interés, superiores al 15%, que toleraban gobiernos “socialistas”- que se mantenía por debajo del mismo crecimiento vegetativo natural, llevando a una pérdida grave de población (¡toma Leguina!). Era resultado de la incapacidad económica de la clase trabajadora de crear una familia y adquirir una vivienda, debiendo en muchas ocasiones optar por los hijos o por la casa.

La causa cierta de la inflación desorbitada de la vivienda fue la inversión en inmuebles de, sólo en España, más de 6.000.000.000 (seis mil millones) de pesetas en dinero negro, que se escondió en el, totalmente fuera de control y de actualización económica, registro catastral.
Las consecuencias fueron inmediatas. Mientras se inflaba en bolsa el valor de las inmobiliarias muy por encima de un PER (valor real multiplicado X veces -PER- en el valor en bolsa en tiempo real) admisible o lógico, las constructoras fantasmas surgían por doquier administrando ese capital con mano de obra sin papeles, impagada, estafada o simplemente explotada en jornadas agotadoras (e improductivas), creando unos índices de siniestralidad laboral propios de un sistema esclavista, pisos patera, guetos poblacionales y, para mayor escarnio, fomentando la xenofobia y el enfrentamiento entre las propias clases trabajadoras para apartar de su juicio y sus críticas la evidencia de los culpables.

Y los gobernantes, que abandonaron la creación de vivienda protegida en manos de “la bondad del mercado”, han nutrido sus sueldos elevadísimos a costa de la venta de suelo público, comisiones inmobiliarias o, directamente y sin escrúpulos ante la evidencia de la incompetencia general de la justicia, inmóvil o inmovilizada desde el propio parlamento y gobierno, a costa de sobornos, primas y regalos. Ahora pretenden, con toda la desvergüenza, que la clase trabajadora sostenga las pérdidas de los más irresponsables y criminales, en vez de que la hacienda pública se retraiga y obligue a los bancos e inmobiliarias a rebajar el valor irreal de sus activos, para distribuirlos a precios y condiciones dignas y acordes con su poder adquisitivo, entre la población ya muy desesperada.

SOCIALISMO DE GUERRA Y DE PAZ

Si las principales víctimas de las guerras son siempre las clases trabajadoras, es evidente que los comunistas estamos en contra de cualquier tipo de violencia o agresión, sea contra individuos o contra naciones y culturas.

Ninguna excusa justifica la agresión violenta, mientras que la defensa violenta contra ésta no precisa de ninguna justificación. El derecho a la “defensa propia” es individual y colectivo.
Por ello, individuos, pueblos, naciones y estados deben hallarse legal y policialmente protegidos por sus gobiernos y leyes. Los cuerpos legales y los efectivos de la justicia, nacionales e internacionales, deben ser garantía del concierto democrático entre los ciudadanos y velar contra los abusos, la corrupción o el cohecho.

Las agresiones, bélicas y económicas, contra individuos, culturas, naciones y estados, deben ser correspondientemente contestadas desde el orden democrático nacional e internacional, con medios democráticos y civiles, esencialmente económicos (bloqueo, boicot, cierre de fronteras) y diplomáticos.

Para una democracia comunista la apariencia o la ideosincracia particular, la diversidad étnica, las lenguas y costumbres, son acervo cultural para el conjunto de las comunidades humanas. Las diferencias culturales o ideológicas per se son tanto más suma de culturas y conocimientos antes que origen de conflicto social. Son los intereses y manipulaciones de grupos interesados las causas de los conflictos entre culturas, antes que sus fundamentos ideológicos.
Los capitalistas han llamado “socialismo real” al que, en realidad, sólo se puede llamar acertadamente como “socialismo en guerra”, ya que, allí donde se ha intentado llevar a la práctica, se ha debido mantener un gasto bélico, en activo o a la defensiva, desproporcionado y ruinoso para el crecimiento económico planificado sostenido, por el acoso brutal imperialista a que han estado y están sometidos. Máxime cuando hablamos de sociedades y naciones previamente arrasadas y preadas por siglos de expolio capitalista incontrolado. Un ejemplo de notoria actualidad y de hipocresía relevante es la campaña sobre el Tibet orquestada por el fascismo internacional para conseguir un boicot a las olimpiadas de China, y la consiguiente pérdida de ingresos multimillonarios que la competición origina. Lo divertido es que, el mismo miedo a la reacción de la poderosa nación, convierte las “manifestaciones” en vergonzosos asaltos a heróicas deportistas inválidas en silla de ruedas por parte de aislados, violentos y mercenarios machos fascistas. ¡Ejemplar de lo que quieren para el Tibet!

El socialismo real no ha podido existir aún. Es el modelo maoista, que partió de un socialismo de guerra y que lo mantiene en buena parte, el que, basado en la concreta ideosincracia de un pueblo de larga historia de opresión y guerra imperialista, ha logrado a pesar de ello un desarrollo potencial, aunque con los lógicos y corregibles desequilibrios en un universo regido por el azar y la causalidad, y con el peso de costumbres a veces difícilmente compatibles con un modelo científico.

O como en Cuba, con altas cotas de cobertura sanitaria de calidad y alto nivel educativo, pese a sobrevivir a un inmoral, injusto e ilegal bloqueo imperialista, con un considerable ejército enemigo en la propia casa: Guantánamo y sus vergüenzas, tan silenciada por los “reporteros sin fronteras” y otras ongs -A.I., Greenpeace, Manos Unidas (jesuítas)- que son simplemente agencias paragubernamentales y de lobbys de presión internacionales: lobos disfrazados de ovejas.

A su lado, Haití, “libre” y en manos del capital, es el país más miserable de América. Ese es el futuro que espera a Cuba, Venezuela, Colombia o Bolivia, Brasil, Argentina y Ecuador, en manos del neofascismo o neoliberalismo, que es la misma faz tras la cirugía estética de sus publicistas.

Ni siquiera al socialismo científico se le puede exigir, hogaño, perfección matemática. Y menos por parte de los economistas del fascismo que jamás han acertado en un solo ciclo sin crisis, como tampoco el Banco Mundial o el FMI y sus gurus, desde Keynes hasta Friedman pasando por el necio publicista americano de Reagan y Thatcher, Fukyjama.
Pese a ello, la economía China ha roto ya todos sus axiomas económicos dogmáticos, y la cubana, sólo por sobrevivir a la continua financiación de “disidentes” neofascistas y al bloqueo, todos sus vaticinios y profecías. ¡Y aún hay creyentes!

El marxismo-leninismo no debe hoy mirar aquellos años como modelo, y menos aún hacia un Gramsci o un Berlinguer, para hallar la evidencia de que el propio modelo capitalista ofrece la mecánica natural para el control de los capitales desde los puestos de dirección ya existentes. No hay que nacionalizar los capitales individuales sino controlar su gestión con las herramientas que ya existen, adaptándolas y moderándolas, repartiendo equitativamente la riqueza generada e impidiendo y castigando grávemente el fraude fiscal, que es un robo a la totalidad de la población.

Con frecuencia, confundiendo el hecho concreto del Octubre Rojo y el asalto al Palacio de Invierno, la Gran Marcha maoista o la guerra de Vietnam, se ha dogmatizado que la revolución comunista ha de ser forzosamente armada y cruenta. Gran tergiversación. Fue el asesinato del sindicalista francés Jean Jaurés, en manos de la derecha, el que llevó a la Primera Guerra mundial, pues sólo él, con una huelga general de todos los trabajadores europeos, había amenazado ya con evitarla para todas las naciones de golpe. Si no hubiera habido aquella monstruosa guerra, ¿habría habido octubre rojo? No, como tampoco una república burguesa de Weimar que dejó al paupérrimo pueblo alemán en manos de los demagogos fascistas del III Reich, ni el siguiente conflicto que aún nos marca con sus heridas.
La educación y evolución natural de los pueblos democráticos ha de conllevar una concienciación común hacia la interdependencia y la solidaridad imprescindible de las naciones, beneficiosa para todos los pueblos, y contra el antidemocrático imperialismo y su economía, basada en la producción y el despilfarro bélicos, o las plutocracias policiales europeas, donde pronto una mitad vivirá de vigilar y reprimir a la otra media para mantener los privilegios anacrónicos de unos pocos.
Ello es insostenible ya, a corto plazo. Cada dólar o euro invertidos en armas es un niño en África, Asia o en la propia Europa sin comida, sin vacunas y sin futuro. Como lo era cuando el comunista Gorbachov firmó el tratado de no proliferación con el payaso Reagan y la destructora de sindicatos Thatcher, pero aún en una situación global más delicada, por años de malas cosechas, por la precariedad de los asalariados y por la política nefasta y criminal mantenida sobre los países en vías de desarrollo, completamente endeudados, forzados a rearmarse contínuamente y a multiplicar sus deudas para mantener regímenes tiránicos siervos de la metrópoli.
Y por 150 años de industrialización capitalista salvaje, sin respeto para la humanidad que debiera ser su primer objetivo, y sin respeto para la naturaleza que hoy acumula sus desechos por doquier en cantidades inmensas y difícilmente controlables. Tras polucionar los acuíferos y sobreexplotar las cuencas fluviales, revertiendo polución y residuos sin depurar en las mismas, se atemoriza a la población con la posible carencia de agua...
En vez de invertir directamente en coches eléctricos o de hidrógeno, tendiendo a la eliminación de combustibles fósiles –especialmente el cancerígeno Diesel- y la dependencia económica hacia sus importaciones, se especula con combustibles orgánicos a partir de cereales, lo que no sólo no mengua los problemas sino que los multiplica, incluyendo el mercado alimentario fundamental entre las materias primas especulativas. ¡Pero se prohibe fumar para salvar la vida de la población! Es la misma contradicción estúpida que permite fabricar coches de alta gama y motores de gran velocidad y limita su circulación por problemas de contaminación, o limita su velocidad a los 120 km/h. de los vehículos de gama baja.
Es obvio, pues, que la interdependencia de las economías y las sociedades no puede ser limitada por fronteras abstractas, y que, forzosamente, democráticamente, las naciones han de resolver, en un foro libre y público, cuantas cuestiones precisan, urgentemente, de objetivos y medios comunes a todo el género humano, y también a toda la naturaleza de la que, por evolución y hegemonía, se ha hecho y es ya responsable: la Tierra entera.
Por ello, la paz mundial, con el soporte y el refuerzo democrático de la ONU, y con la ampliación de los miembros del Consejo de Seguridad, es imprescindible y urgente. Tanto como la desaparición de la OTAN, principal testimonio de la herencia colonial imperialista aún vigente. El papel actual de siervos del sistema imperialista de ONU y OTAN es evidente, tanto en Somalia como en Kosovo, Palestina, Sahara Occidental, el Líbano o Afganistán.
La paz sólo tiene una vía: el diálogo, el acuerdo, el trato, “el contrato social”. La guerra, el capitalismo contra la mayoría, tiene dos: la esclavitud o la rebelión civil. El pensamiento comunista es la vía para la paz y la organización para la rebelión. La elección de la alternativa, como siempre, corresponde al capital. Los comunistas, los seres humanos libres y conscientes, hijos de una casa común y un mismo esfuerzo y dolor, actuaremos unitariamente en consecuencia. Contra el terror económico, unidad de lucha solidaria. Contra la explotación y el mercado enemigo de los pueblos, boicot y propaganda. Contra el elitismo de los medios, intervención masiva y denuncia. Contra vigilancia generalizada, ocupación de los espacios, públicos y privados.

Y, sobre cultura subvencionada, un verso de Celaya: “Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”.

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